top of page

Columnas de Opinión

CUERPO, ACEPTACIÓN Y… ¡BURLESQUE!
Hilda_web.jpg

He ido muchas veces a ver nutricionistas y nutriólogos. He hecho muchísimas dietas. He perdido peso, he vuelto a subir, lo he vuelto a perder. He pasado largos períodos de mi vida prometiéndome empezar de nuevo el próximo lunes, el próximo inicio de mes. A veces he fallado al poco tiempo de empezar, o he postergado muchísimo el inicio. A veces he tenido más éxito pero eventualmente he vuelto a subir. Ésta es mi historia y sé que es la historia de muchas mujeres en esta sociedad obsesionada con el peso, en la que nos tocó vivir. Y no sólo con el nuestro, con el ajeno, con el de personas que no conocemos e incluso con el de nuestras amigas o familia. Nos comparamos, criticamos, envidiamos. Y lo pasamos pésimo en el proceso.

Quizás lo que me dolió fue esa primera subida de peso en la adolescencia. Algo estaba mal, toda mi niñez fui considerada “flaca”. Pero, producto de problemas personales que me generaban ansiedad (la que me hacía comer más de la cuenta), cambios hormonales, un recién descubierto problema de tiroides y los cambios típicos del cuerpo al crecer, perdí ese cuerpo. Mis senos y caderas crecían, algo que al principio viví con interés, y luego con terror al ver que este crecimiento no se detenía. Aun estando todavía en un peso “normal” (¿Qué es lo “normal”? ¿Acaso no varía para cada persona?), veía con horror como los mismos jeans que le quedaban bien a mis compañeras a mí no me quedaban, ni en la talla que supuestamente era “grande”, o eso decía la tienda. Mis pechos crecieron tanto que generé una gigantomastia que eventualmente debí operar, pero eso fue hace relativamente poco, en mi vida ya adulta. En ese tiempo me torturaba el acoso callejero y sentir que ningún abrigo me cruzaba. Y todo se veía empeorado cada vez que subía de peso. Me sentía como si me fuera a reventar, y me escondí detrás de colores oscuros por muchos años.

Por Merkén Frenesí

Las estrías y la celulitis se convirtieron en mis compañeras, sin importar si volvía a bajar de peso, seguían ahí. Sentí terror de usar shorts o faldas sin pantys debajo. Ideales esos bikinis que te tapan la guata, en los que la parte de arriba es como una polera. Aún en los días más calurosos andaba con jeans. Lo único que seguía mostrando era mi escote, ya que estaba convencida que tapármelo sólo me hacía ver más pechugona, por algún juego visual que no terminaba de entender. Me sentía aliviada con la llegada del invierno y la posibilidad de enterrarme bajo kilos de ropa. Agobiada por la incapacidad de andar como me gustaría a mí andar, o vestir como me gustaría vestir en verano. Hasta que llegó el burlesque a mi vida. Y me encontré un día de agosto con pantaletas, un underbusts y pezoneras en un escenario junto a mis compañeras y amigas, algo que en mi adolescencia jamás habría soñado.

 

¿Qué cambió? No me malentiendan. Soy mujer y habito esta sociedad. Veo televisión, voy al cine, veo publicidad. Les mentiría si dijera que no sigo manteniendo una cierta cuota de envidia por los cuerpos que ahí veo y que ahora mi vida es perfecta. Ahora mismo me encuentro haciendo dieta con la intención de perder el peso que he subido por pandemia. Pero ya no sueño con ser flaca. Mi cuerpo es éste, no el de mi infancia. Mis caderas amplias, y mis pechos ya no tan amplios por la operación que debí tener en consideración a mi pobre espalda. Mi celulitis, mis estrías. Mis muslos anchos. Pero hoy en día, más allá de preocuparme de querer estar en un peso saludable y viendo buenos resultados en mis exámenes médicos, no deseo cambiarlo mayormente.

¿Qué magia hizo el burlesque en mí? ¿Qué consiguió que la terapia tradicional no pudo, ni tampoco las palabras bienintencionadas de la gente que te quiere y desea que no te tortures más? No sé, pero me liberé. Veo a tantas mujeres hacerlo, tan distintas entre sí, y todas igual de sexies, sensuales y poderosas. Mujeres de temer, en el mejor sentido de la palabra. Quiero ser una de ellas. Quiero ser una Dirty Martini. Y sé que Dirty Martini no se sienta en su casa a llorar porque tiene algunos kilos de más. Sale, se saca la ropa, sigue redefiniendo el neo burlesque y generando un discurso sobre la sexualidad femenina fuerte y potente, que nos hace abrir los ojos y mirarla con absoluta admiración y reverencia. Lo sé porque vi su show en vivo y me deslumbró, y no vi a una mujer obsesionada con ocultar su celulitis, ni escondiendo su abdomen detrás de un underbust. Vi a una mujer que se aceptaba tal como era y desde ahí establecía un diálogo de absoluta honestidad y confianza con el espectador. Y eso no sólo te seducía: te enamoraba.

 

Eso es el burlesque para mí: el burlesque enamora, por la libertad que te da, por la honestidad inevitable e ineludible en la que te enfrentas al espectador en ese momento en el que te sacaste la ropa y con ella, te sacaste tantas cosas de encima. Te libera no sólo en el aspecto sexual, como se podría pensar: te libera de cargas, heridas, prejuicios, miedos, inseguridades. Es un bálsamo para el alma. Es como que después de pasar mucho tiempo llorando por ese amor que perdiste, despiertes un día con la certeza de que todo volverá a estar bien y que algún día volverás a amar. Es volver a amar, a amarnos, por quienes somos y no por quien nos gustaría ser. Es enamorarnos de nosotros mismos un poco más, cada día, y ver que las limitaciones nos las pusimos solos. Que en el burlesque, cuando se quiere, todo se puede, y quizás en la vida también. Y desde ahí, me da esperanzas. De que de a poco iremos todos rompiendo con nuestros prejuicios. Dejaremos de ser tan crueles con nuestros propios cuerpos y los de los demás. Nos aceptaremos más, seremos más inclusivos, nos sabremos querer mejor. Y quizás podamos construir una sociedad que nos angustie menos y que nos entregue más libertades para ser quienes deseamos ser, sin tanto miedo y desconfianza, con más amor, solidaridad y, ¿por qué no? Plumas y glitter para todos quienes los deseen.

bottom of page